viernes, 14 de marzo de 2008

Los propósitos de la educación adventista -- 2

En nuestro comentario anterior dijimos que el primer propósito de la educación cristiana, en atención al modelo de Jesús, es vincular al estudiante con Dios. Los profesores cristianos no sólo imparten instrucción guiados por los planes y programas de estudios oficiales, sino que tratan de que el estudiante sea como Jesús mediante el acercamiento personal y la devoción. Al exaltar al Cristo crucificado, el magnetismo del amor de Dios atrae los corazones de los jóvenes y señoritas a Jesús (Juan 12:32) y surge el deseo de ser como él. Como el mismo Jesús dijo, “al discípulo le basta ser como su maestro, y al siervo como su señor” (Mateo 10:25).

Hablemos un poco más de esta parte tan importante de la educación cristiana: la transformación. La realidad en esta tierra es que nuestras vidas están manchadas por el mortífero virus del pecado. Nuestros pensamientos y acciones se han apartado de Dios para centrarse en nosotros mismos, un curso de acción que nos lleva inexorablemente a la destrucción. Pero Jesús vino para anular esta mortífera orientación, vino “para darnos vida, y vida en abundancia” (Juan 10:10). Los jóvenes y señoritas que asisten a nuestras escuelas necesitan nacer de nuevo. La Biblia llama a ese proceso de varias formas, pero me gusta pensar en ello como “la conversión”. Convertirse según el pensamiento bíblico es "darse vuelta", "girar hacia atrás", "volverse a". En este caso, nos volvemos del rumbo pecaminoso que llevábamos para ahora volver a Dios.

Al volvernos a Dios, los primeros cambios empiezan a verse en los pensamientos. Ya no pensamos de Dios ni de nosotros como pensábamos antes. Ahora nuestro enfoque es cristiano. San Pablo dice que los cristianos tenemos “la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16). En nuestra vida cotidiana, lo que ocupa nuestra mente ya no es lo mundanal sino lo que nos acerca a Dios (Romanos 8:5), “las cosas de arriba” (Colosenses 3:1, 2). Pero aún hay más, un individuo renovado por Dios es alguien que enfoca las cosas de manera totalmente diferente que las personas mundanas. Se trata de un individuo que interpreta las ideas y la realidad como procedería Cristo. En un mundo como el nuestro, tan confundido por la falsedad, el cristiano toma la Biblia y mediante ella discierne el error, condena la mentira y se aparta del camino equivocado.

Muy pronto, este enfoque cristiano de la vida confiere al ser una experiencia de paz y esperanza. Siendo que la forma de vivir y andar en este mundo ha demostrado ser desdichada, los jóvenes y señoritas cristianos se proponen exaltar con una elevada los principios de la ley de Dios, la ley “de la libertad” (Santiago 2:12). Ser como Jesús, entonces, no se reduce a una experiencia de la mente sino de la vida entera. Y estos profundos procesos de formación espiritual no pueden estimularse en un ambiente que no es cristiano, porque “¿quién sacará algo limpio de lo impuro? ¡Nadie!” (Job 14:4). Los maestros no cristianos forman estudiantes no cristianos, no importa a qué nivel académico pertenezcan. Pero las escuelas adventistas sí pueden formar niños y jóvenes cristianos porque allí se teme a Dios. Por eso, les animo a considerar seriamente el enviar a sus hijos a las escuelas adventistas.

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